sábado, 30 de julio de 2011

Las mujeres son como una flor…

Embellecen nuestra vida con su presencia, con su ternura, con su delicadeza, con su romanticismo, con su belleza… Su belleza exterior y, algunas, si tienes la fortuna de llegar a conocerlas bien, con su belleza interior, que es mucho más pura y, lo más importante, que perdura.Pero las mujeres son flores que necesitan ser regadas y alimentadas, piropeadas, abrazadas, besadas… queridas cada día de sus vidas, desde que nacen hasta que se despiden de la vida, convirtiéndose en una estrella del cielo que iluminará a otros y que nos espera a nosotros.

Y estas flores, en fin, tan maravillosas, se van nutriendo de distintos abonos y riegos que van encontrando durante sus vidas, que las hacen crecer. Y van probando en su vida jardines donde florecer en toda su amplitud… hasta que al final, un día, encuentran ese jardín fértil, que les da lo que ninguna tierra les ha dado. Que las hace florecer como nunca lo habían hecho. Y así lo hacen, adornándolo, cuidándolo, viviendo y compartiendo su vida en ese jardín.

Y esa flor recibirá un anillo de su jardinero y sonreirá porque va a dedicar su aprendizaje y su belleza a dársela y compartirla con esa tierra, la más fértil que jamás ha encontrado y sobre la que extiende sus raíces, orgullosa y feliz, sintiéndose como dos piezas de un puzzle que encajan a la perfección.Pero entonces el jardinero, el “adorable jardinero” le colocará una etiqueta en el tallo que indica “Señora de tal”, que inconscientemente le hará pensar que ya nunca dejará de florecer, pues tiene la mejor tierra. Que no querrá ni ansiará seguir floreciendo aún más y más cada día.

Y ese jardinero, que somos a veces los hombres (y me incluyo) se olvidará de que, aun teniendo esa etiqueta de “Propiedad de…”, su flor tiene que seguir siendo regada día a día, todos los días! De que tiene que crecer sin límites… De que sin el riego diario va a marchitarse, envejecer, morirse, dormirse como él o, en algún caso, escaparse!Esto último pocas flores lo llegan a hacer. Resignadas recordando los días en que el riego era lluvia divina y la tierra era fértil como lo es el amor, muchas de esas flores siguen viviendo, disecadas, conservadas, dormidas, dolidas y engañadas. Engañadas por alguien que ni siquiera se da cuenta de que es él quien la ha engañado.